Aquella tarde lluviosa me salvó
la vida viajar en autobús. Mojado hasta los huesos subí en el 33 y fui
afortunado al encontrar un asiento libre en la parte de atrás, aunque no fuese cerca
de la ventana. Como me mareaba, recordé las palabras de mi madre para estos
casos, y centré mi mirada al frente. Nada llamó mi atención hasta que poco
tiempo después se situó delante de mí un señor trajeado, muy rubio y flaco,
como las espigas de trigo del pueblo, que portaba una tableta digital entre sus
manos. En ella me fijé, pues reproducía un video con plano subjetivo en el que se
recorrían las calles mojadas de la ciudad. Sonreí cuando la proyección se adentró en mi barrio,
en mi finca. Intrigado, pude ver como ascendía las escaleras y se paraba en mi
puerta, y aumentó mi curiosidad, cuando mi madre educadamente le abría y lo
acompañaba al salón. Ella se sentó
frente a la cámara y en ese momento en
primer plano… ¡Grité!
Despavorido, me levanté de mi asiento
y aprovechando que el autobús hizo una parada, me bajé corriendo sin mirar
atrás. Aún no me explico cómo mis piernas me condujeron a casa en tan poco
tiempo. Di gracias a Dios al encontrar a mi madre en la cocina y me resigné
cuando no prestó atención a mi historia ni contada del derecho ni del revés. Eso
sí, me abroncó por la humedad de mi ropa y me atiborró de tila y valeriana,
para templar mis nervios. Lo logró hasta que el timbre de la puerta sonó y los
volvió a reavivar. Me adelanté a mi madre para colocar mi ojo en la mirilla y
petrificado quedé al distinguir la figura que tanto temía. Ella, tan cándida siempre, me retiró de la
puerta y me sustituyó en la observación. Sonrió y amenazó con abrir, pero no la
dejé, agarrándola con todas mis fuerzas por sus brazos extrañamente manchados
de rojo la derribé. No entendí, que en ese momento, se carcajeara como poseída
por un chiste de Eugenio mientras pronunciaba «corten». Aún sigo sin
explicármelo. Al final me tranquilizó escuchar los pasos del espigado al descender por las escaleras.
¡Salvamos la vida!
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Este relato es el resultado del ejercicio que nos propuso Fran Rubio, que consistía en escribir un relato que contuviese una historia paralela que acabase por mezclarse con el tema principal, o así intenté que fuese.
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