Como quedamos, aquí pego a modo de ejemplo un relato que me salió el año pasado cuando hice el ejercicio propuesto para esta semana como "deberes para casa": metaliteratura, el relato dentro del relato.
11:19 Y yo era
como cordero inocente que llevan a degollar, pues no entendía que maquinaban
designios contra mí.
Con
el primer sorbo del carajillo apareció la musa. Hacía mucho tiempo que no me
visitaba, así que sin perder un segundo fui raudo a la habitación de escribir
con la intención de plasmar todo lo que empezaba a invadirme. Eso sí, antes me
terminé el carajillo.
Tomé
mi bolígrafo especial de novela negra, el que usaba con más frecuencia, y
enseguida comenzó el folio blanco a llenarse de palabras azules. La historia
despertó mi interés desde el principio y quedé enganchado como un lector más,
quería conocer el desenlace:
“Despertó
Jeremías con la convicción de que el día anterior algo importante se le había
quedado por hacer, más no era capaz de recordar qué. Desayunó rápido y bajó a
la calle sin gastar los diez minutos que todas las mañanas demoraba en hablar
con el tipo ese del espejo. No sabía adónde dirigirse, se dejaba guiar por sus
pies que, al parecer, sí lo sabían. Jamás se había visto en una situación
similar durante sus quince años como detective. En la primera papelería que le
salió al paso entraron los pies de Jeremías para comprar un bolígrafo azul de
esos que escriben rápido y un bloc apaisado sin rayas. En ese momento se sintió
raro, con una sensación como de “misión cumplida” y regresó a su casa, ya mucho
más tranquilo. Antes de introducir la llave en la cerradura notó que algo
pasaba: la puerta estaba abierta, o mejor dicho, no totalmente cerrada. Y, sin
embargo, yo he cerrado al salir, se dijo Jeremías, de eso estoy seguro. El
reguero de sangre arrastrada por el pasillo le condujo hasta su habitación,
donde yacía en una postura inverosímil Yasmina, su prometida. Tenía los ojos
abiertos y su mirada era de incredulidad, totalmente absurda. Sobre el sofá del
salón, igual de muerto y desangrado estaba Raspita, el famoso futbolista del
Barça…”
Estaba
escribiendo sin pausas, de un modo febril. Me sentía eufórico y como guiado por
un ente invisible aunque presente que me dictaba las frases. Los folios seguían
llenándose sin darme cuenta:
“…en un primer
momento se quedó de piedra el detective, incapaz de reaccionar. Era a su novia
a quién habían asesinado junto al futbolista aquel. ¿Quién?, ¿por qué? Si no he
estado fuera de casa ni diez minutos, ¿cómo han podido ocasionar semejante
desorden?, ¿buscaban algo? Y Raspita, ¿qué pinta aquí? Telefoneó a Homicidios y
salió de casa como alma que lleva el diablo. Acababa de comprender qué tenía
que hacer para resolver el caso. Bajó las escaleras de a dos y a veces de a
tres. Tuvo suerte con los taxis y pasó uno libre en ese momento. Dio al taxista
la dirección que años antes se aprendiera de memoria y se conjuró en silencio
para que hoy no hubiese mucho tráfico, por favor…”
La
mano me temblaba al escribir de aquel modo. Noté que incluso estaba sudando,
pero no podía parar, la historia me arrastraba arrolladoramente. No sabía
cuánto tiempo llevaba escribiendo, aunque debía ser mucho porque el bolígrafo,
mi boli especial, se había quedado sin tinta, justamente cuando llamaron a la
puerta. Por el pasillo tuve la impresión de que hacía un buen rato que estaba
sonando el timbre. Al abrir, allí estaba mi amigo Jeremías, el detective:
-
Aquí tienes el boli, continua escribiendo… quiero descubrir al asesino.